Desde el modelo cardiorrenal de los años cincuenta al hemodinámico de los sesenta, el neurohormonal de los ochenta y al actual modelo genético y molecular, el grado de conocimiento de la fisiopatología de la insuficiencia cardíaca (IC) ha aumentado notablemente. No obstante, todavía sigue siendo difícil definir este síndrome y establecer su diagnóstico, tanto en estudios poblacionales como en la práctica médica diaria. Por otro lado, aunque su tratamiento ha mejorado de forma considerable en los últimos años, esta enfermedad continúa creciendo y teniendo una elevada mortalidad. Además, la mejoría del tratamiento de los síndromes coronarios agudos con la consiguiente disminución de la mortalidad ha hecho aumentar el número absoluto de pacientes con disfunción ventricular y con IC, con el consiguiente progresivo incremento de los reingresos hospitalarios. Por ello, esta enfermedad se ha convertido en uno de los focos principales de atención entre las enfermedades cardiovasculares.
UNA NUEVA EPIDEMIA CARDIOVASCULAR
La IC es, pues, una enfermedad frecuente y grave que comporta un elevado coste sociosanitario. Sus causas principales son la cardiopatía isquémica y la hipertensión arterial, y aumenta claramente con la edad; así, es 2 veces más frecuente en los individuos hipertensos y 5 veces mayor en los que han tenido un infarto de miocardio1.
A pesar de que la mejoría en la prevención primaria y secundaria observada en los últimos años ha logrado estabilizar la incidencia de esta enfermedad, continúa siendo una enfermedad con un pronóstico adverso. Así, tanto el estudio de Framingham como estudios epidemiológicos recientes han descrito mortalidades de alrededor del 50% una vez se ha diagnosticado. Aun reconociendo que la implantación de nuevos tratamientos, como los inhibidores de la enzima de conversión de la angiotensina (IECA), los antagonistas de los receptores de la angiotensina II (ARA-II) y los bloqueadores beta, ha disminuido la mortalidad de estos pacientes y a pesar de que las mejorías recientes en la detección precoz de esta enfermedad pueden hacer cambiar estas cifras, en la actualidad el pronóstico es parecido al del cáncer y peor que el de la enfermedad coronaria. Por ello, es la tercera causa de muerte cardiovascular, por detrás de la cardiopatía isquémica y la enfermedad cerebrovascular2-4, especialmente entre las mujeres.
Su prevalencia es del 1% entre los individuos de más de 40 años, aumenta de forma exponencial con la edad y alcanza al 10% de la población a partir de los 70 años. Por ello, la edad media de estos pacientes es elevada. Además, la prevalencia está aumentando debido a que su incidencia se mantiene constante, ha disminuido ligeramente la mortalidad y, en especial, ha aumentado de forma notable la expectativa de vida de la población al mejorar el tratamiento de enfermedes agudas con una elevada mortalidad, como el infarto de miocardio. Como consecuencia de todo ello, la IC es también la primera causa de hospitalización en mayores de 65 años, por delante de la enfermedad coronaria y del ictus1, especialmente entre las mujeres. Así, alrededor de un tercio de todos los nuevos casos son hospitalizados en los 12 meses siguientes. Este aumento de la prevalencia y de las hospitalizaciones por IC hace de esta afección una de las denominadas nuevas epidemias cardiovasculares5.
Por otro lado, la IC diastólica es tan frecuente como la sistólica y ocurre con mayor frecuencia en las personas de mayor edad, las mujeres y en pacientes con hipertensión arterial. A pesar de las aparentes diferencias en la fisiopatología de estos dos tipos de IC, tanto el pronóstico de estos pacientes como el número de rehospitalizaciones y el consabido gasto sociosanitario son parecidos6,7.
Por ello, el control de los factores de riesgo coronarios y de la hipertensión es el único medio para controlar el progresivo aumento de la IC.
NECESIDAD DE UNA NUEVA PUESTA AL DIA
Dadas la gravedad de esta enfermedad y sus enormes repercusiones sociosanitarias, es imprescindible que todos los médicos que atienden a pacientes con IC conozcan los múltiples opciones terapéuticas de las que se dispone actualmente, así como los mejores métodos de detección; esto último es particularmente importante, ya que los beneficios del tratamiento y la prevención de la IC son tanto mayores cuanto más precoz es el diagnóstico.
Por fortuna, en los últimos 20 años hemos acumulado una gran cantidad de datos procedentes de ensayos clínicos que nos permiten tratar mejor a estos pacientes. Sin embargo, el tratamiento de la IC continúa siendo un reto y ya no basta con la simple prescripción de digitálicos y diuréticos. La medicación ha evolucionado mucho e incluye los vasodilatadores, los IECA, los ARA-II, los bloqueadores beta, los antagonistas de la aldosterona y diversas combinaciones de fármacos8. Por tanto, los tratamientos son ahora más complejos, abordan tanto el tratamiento de la enfermedad en sí como el de sus frecuentes complicaciones y la prevención de su progresión, y exigen una valoración de los matices, a veces sutiles, que tiene el tratamiento en cada período de la enfermedad.
Resulta evidente que nos hallamos ante un nuevo cambio en el tratamiento de los pacientes con IC, el cual está basado en la prevención primaria y un diagnóstico precoz que nos permita aplicar tratamientos que impidan el remodelado ventricular y frenen la progresión y la mala evolución de esta enfermedad. Además, hoy día empleamos un espectro mucho más amplio de estrategias terapéuticas, farmacológicas y, especialmente, no farmacológicas, como la cirugía, la estimulación cardíaca y el tratamiento de las arritmias, así como estrategias ambulatorias de tratamiento para prevenir los reingresos hospitalarios.
En la presente Puesta al Día que, con este número, inicia Revista Española de Cardiología, se proporciona la información más actualizada disponible hoy día sobre estos temas, con la confianza de que tanto los médicos como los pacientes se beneficien de estos conocimientos. No se ha intentado cubrir todos los aspectos, sino únicamente los más novedosos. El primer capítulo, que se publica con este número, aporta datos epidemiológicos básicos que resultan imprescindibles para comprender la importancia actual de esta enfermedad y las tendencias en el futuro próximo. Posteriormente se profundiza en aspectos importantes de su fisiopatología y correcto diagnóstico, imprescindibles para comprender su mejor tratamiento. Por desgracia, a pesar de lo común de esta enfermedad, su evaluación diagnóstica y terapéutica deja todavía mucho que desear en la práctica clínica diaria, donde en demasiadas ocasiones se resume al mal llamado, por totalmente desfasado, tratamiento «tónico-deplectivo». Varios estudios han puesto de manifiesto esta distancia entre la evidencia científica y la práctica médica9. Por ello, el aspecto del tratamiento es el que más se profundiza en esta serie, tanto el farmacológico como, sobre todo, el no farmacológico, con especial hincapié en la necesidad de la intervención multidisciplinaria. Por último, se revisarán los últimos resultados obtenidos con las distintas técnicas de regeneración miocárdica, tanto por medio del trasplante de células pluripotenciales como con la estimulación de su desarrollo en el miocardio, intervenciones que en muy poco tiempo han pasado de ser una entelequia a una cada vez más próxima realidad.
Esperamos que esta visión resulte estimulante y útil, y ayude a abandonar los viejos paradigmas del tratamiento de la IC.
Correspondencia: Revista Española de Cardiología.
Sociedad Española de Cardiología
Ntra. Sra. de Guadalupe, 5-7. 28028 Madrid. España.