El profesor Vicente López Merino, fallecido el pasado mes de marzo de 2016, fue presidente de la Sociedad Española de Cardiología durante el periodo 1989-1991. Ganó la primera Cátedra de Cardiología de la universidad española en 1981 y fue Jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Clínico Universitario de Valencia desde 1981 hasta su jubilación. Su trayectoria profesional transcurrió de manera fecunda desde la etapa de aprendizaje, en la que vio ejercer una medicina basada en principios, medios y actitudes decimonónicos, hasta la de comienzos del siglo xxi, con la incorporación progresiva de los numerosos avances conceptuales y sobre todo tecnológicos que la caracterizan. Los quimógrafos, desarrollados por Ludwig en 1847, en los que los trazados se obtenían sobre papel ahumado, formaban parte del utillaje que él empleó en sus primeros trabajos de investigación. Hace tan solo unos meses, todavía discutíamos sobre los registros electrofisiológicos obtenidos hoy, en modelos experimentales de arritmias, con técnicas cartográficas basadas en procedimientos ópticos.
En los cursos y las conferencias en que asumía la difícil tarea de resumir la evolución histórica de la cardiología, subrayaba la permanencia actual de conceptos o principios fundamentales derivados de los distintos paradigmas del pensamiento médico que florecieron durante sucesivas épocas históricas; por ejemplo, el anatomoclínico, con su máxima de «convertir en externo y visible lo que es interno e invisible», hoy tan presente en las aportaciones de las técnicas de imagen; el fisiopatológico, con el principio de «convertir en signo (medida, gráfica o señal) el síntoma», que es la base que sustenta el desarrollo de las numerosas pruebas funcionales que hoy se utilizan cotidianamente; o el etiopatológico, con la introducción del concepto de «germen infectante o agente nocivo», que después ha conducido también a la búsqueda e identificación de los «factores de riesgo» y el desarrollo de la medicina preventiva.
Al llegar a la descripción de los acontecimientos más recientes, hacía hincapié en tres de ellos. Por una parte señalaba la aparición del concepto de «medicina basada en la evidencia», en la definición de Guyatt, «una actitud de escepticismo ilustrado respecto a la aplicación de tecnologías diagnósticas, terapéuticas y pronósticas en el manejo cotidiano de pacientes». La información aportada por los ensayos clínicos, registros y estudios epidemiológicos ha permitido desarrollar el segundo aspecto que, siguiendo sus palabras, determina en gran medida la práctica clínica actual, la confección y la publicación de las guías diagnósticas y terapéuticas promovidas por las sociedades científicas. En tercer lugar, señalaba la facilidad actual para acceder y disponer de la bibliografía y de los documentos que sustentan los dos hechos anteriores.
Recordando las palabras incluidas en su discurso de entrada en la Real Academia de Medicina de Valencia —«todo médico, como todo hombre, debe tener claro su propio horizonte y hacerse cargo de su profesión con una visión personal clara, aunque sea errónea, de por dónde camina»—, se constata que, en gran medida, los aspectos mencionados anteriormente, que él exponía de modo magistral, formaron parte de su bagaje personal. Empezando por el último de ellos, su interés por disponer de la bibliografía adecuada para informarse de las innovaciones o para ir a las fuentes leyendo directamente los escritos clásicos, no encontró obstáculos infranqueables cuando aún no se disponía de las herramientas informáticas actuales. Esto fue posible gracias a la dedicación de sus recursos personales para suplir las limitaciones del momento.
Finalizó su carrera de medicina en 1953 y, en esa época de escasez de recursos, obtuvo las «evidencias» —o, mejor, las «pruebas»— mediante la aplicación rigurosa de la metodología científica en las investigaciones que realizó, promovió o coordinó en ámbitos muy diversos de la medicina. Fiel al lema propuesto por Galileo «medir lo que se puede medir y hacer medible lo que no lo es», utilizó los escasos medios de que dispuso inicialmente y los que él mismo contribuyó a diseñar para efectuar determinaciones precisas y rigurosas de los fenómenos que analizó. Aplicó además técnicas de modelización matemática y de análisis estadístico que proporcionaron una base muy sólida a estas investigaciones.
Esta actividad inicial abarcó estudios sobre función ventilatoria, relación dosis-efecto de fármacos y mecánica pulmonar, con repercusión internacional. Colaboró en la realización de estudios pioneros sobre manometría esofágica, circulación esplácnica, embolia pulmonar, estenosis bronquiales selectivas o balanceo mediastínico. En la misma época (1960-1975), en el terreno de la cardiología estudió el origen de la sensación de palpitaciones y las repercusiones hemodinámicas de la estenosis mitral, sistematizó los registros fonomecanocardiográficos y analizó la utilidad de las pruebas de provocación en el diagnóstico de diversas cardiopatías, entre ellas la miocardiopatía hipertrófica obstructiva, así como las características electrocardiográficas de la fibrilación auricular, los efectos de la amiodarona o los factores determinantes de la sístole electromecánica. Una de las áreas en que trabajó en esos inicios y que no abandonó en su larga trayectoria fue la electrofisiología cardiaca. En 1972 publicó en Revista Española de Cardiología, junto con el profesor Roberto García Civera, entre otros, el trabajo titulado «Estudio de la activación auricular y de la conducción A-V en el bloqueo del haz de Bachmann del corazón humano», artículo en el que se recoge el registro del hisiograma, que se obtuvo gracias a la aplicación de un sistema de amplificación de las señales endocavitarias diseñado por los autores.
A lo largo de su vida, de entre los múltiples artículos en los que colaboró, 74 se publicaron en la Revista, el primero de ellos en 1967, sobre el origen de las palpitaciones, y el último en 2009, sobre modelos experimentales. Uno de los aspectos que promovió e impulsó en este ámbito fue el estudio de los procedimientos de ablación con radiofrecuencia, con trabajos pioneros tanto en el terreno experimental como en la clínica. También impulsó el análisis de la electroestimulación cardiaca, los marcapasos y el comportamiento de los ritmos subsidiarios, con lo que contribuyó al desarrollo de esta tecnología en nuestro país. En otros terrenos, como en el de la cardiopatía isquémica, fomentó la realización de estudios sobre la viabilidad miocárdica, el remodelado ventricular o su epidemiología y la de sus factores de riesgo.
Si bien los resultados de su actividad quedan plasmados en su amplio curriculum vitae, su influencia va más allá de estos datos. Así, con su generosidad y capacidad para ilusionar y motivar en la aventura del conocimiento y la investigación científica, supo crear grupos de trabajo cuyos integrantes han desarrollado una trayectoria independiente.
Sirvan como resumen de su biografía las palabras que el profesor Adolfo Benages Martínez le dedicó en su respuesta al discurso de entrada en la institución de la que él formaba parte: «La Real Academia de Medicina de la Comunidad Valenciana recibe hoy a un hombre bueno, en el sentido machadiano, a un ciudadano ejemplar, a un médico excelente, a un docente enamorado de la Universidad y a un científico excepcional».