Sra. Editora:
Hemos leído con gran interés el trabajo de Escribano et al publicado recientemente en Revista Española de Cardiología 1. Los trabajos epidemiológicos son punto de partida para la realización de medidas de intervención y estudios analíticos, y han recuperado el protagonismo científico que tuvieron en décadas anteriores. Nos gustaría puntualizar algunos aspectos acerca de la definición de obesidad.
Como bien puntualizan los autores, la definición de obesidad en el campo clínico se realiza indirectamente mediante el índice de masa corporal (IMC) y el perímetro de cintura (PC), recurriendo a puntos de corte fijos para el IMC y el PC, valores que están bien establecidos en la etapa adulta, pero que subestiman la prevalencia real cuando se usan en la etapa infantojuvenil2. Lo mismo ocurre con otros factores de riesgo cardiovascular (FRCV): hipertensión arterial e hipercolesterolemia.
Hay consenso entre las sociedades pediátricas para definir la prevalencia de los FRCV usando tablas percentiladas validadas por estudios tanto transversales con longitudinales. Existen controversias para definir la obesidad infantojuvenil según el IMC: mediante las tablas nacionales y fijando el punto de corte en el percentil 97 (p97) según edad y sexo3, o recurrir a los criterios internacionales4. En cuanto a la definición de obesidad abdominal, hay mayor acuerdo en fijar el percentil 90 (p90) como punto de corte5. Por ello, en el trabajo de Escribano et al, los autores deberían mostrar la prevalencia real de obesidad general y abdominal según criterios específicos para el grupo de edad de 15-17 años, mostrando datos por separado respecto del grupo de adultos mayores de 18 años.
Nuestro grupo ha publicado prevalencias de los FRCV en la etapa infantojuvenil en una muestra de 1.534 individuos de 9-17 años del sur peninsular6, 7. Entre los 15 y los 17 años la prevalencia de obesidad según criterios nacionales fue del 9,4% (intervalo de confianza [IC] del 95%, 7,9-10,8%)7; el 6,5% en varones y el 11,3% en mujeres. Si hubiésemos recurrido al IMC > 30 para definir obesidad, obtendríamos un 2,6% en varones y 5,5% en mujeres. Estos datos, por lo tanto, contrastan con los comunicados en población adulta del primer estrato de edad del trabajo de Escribano et al y están en consonancia con los del estudio enKid, que sirve de referencia nacional y muestra prevalencias de obesidad infantojuvenil en el área centro, que incluye la Comunidad Autónoma de Castilla y León, muy parecidas aunque algo inferiores a las de la comunidad andaluza5. La prevalencia de obesidad abdominal entre los 15 y los 17 años en nuestro trabajo fue del 88% (IC del 95%, 83,8-93,7%)7, muy distante de la encontrada en el trabajo de Escribano et al.
De la misma forma que los autores comunican en población adulta, encontramos en nuestro trabajo relación entre la obesidad, principalmente la abdominal, y la presencia de otros FRCV7.
Para facilitar la definición de obesidad en etapas precoces de la vida sujetas al proceso de crecimiento, hemos validado en nuestra muestra el cociente cintura/altura, estimando un valor de 0,5 como punto de corte para establecer la prevalencia de obesidad abdominal7. Como ventaja respecto al uso de valores absolutos del PC y el IMC, obvia la necesidad de recurrir a engorrosas tablas percentiladas para edad y sexo. El valor de este nuevo índice antropométrico deberá ser validado de forma externa en población infantojuvenil.
Nos gustaría concluir felicitando a Escribano et al por su trabajo, por servir de referente nacional, así como al equipo editorial por dar cabida a este tipo de trabajos epidemiológicos en revistas clínicas de alto impacto.
Autor para correspondencia: almendrode@secardiologia.es