De genética castellana y manchega, nació y vivió toda su juventud en Madrid, donde maduró personalmente, se graduó y se doctoró como médico, y se hizo cardiólogo. El hogar familiar, la ciudad y sus gentes, la Universidad Complutense y el Hospital General Universitario Gregorio Marañón fueron los escenarios clave de este periodo, en el que se fraguó una humanidad culta y refinada, social, tolerante y abierta, de bondad y sensibilidad excepcionales. También en esa época y sitio, su vocación de servicio a los demás desvió su enorme talento hacia la medicina cardiovascular, que ejerció como nadie hasta su muerte.
Era catedrático de Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona, jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Universitari Vall d’Hebron de Barcelona y director del Área de Biología Vascular y Metabolismo del Instituto de Investigación de dicho centro, al que llegó en 1990 para ejercer esa posición fronteriza entre ciencia y asistencia que siempre dominó y que previamente había sido clave para el desarrollo del gran proyecto cardiológico de la institución que le había acogido previamente como estudiante, residente y médico adjunto: el Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid, en el que no se le ha dejado de añorar y al que él nunca dejó de amar.
David encarnó perfectamente la figura del médico-científico, de la que ha sido un excepcional ejemplo. Servidor de la salud, muy capaz, valiente y tenaz, comprometido y apasionado, al son de la música y del arte, que dominaba, su vida giró alrededor de la ciencia básica y la investigación cardiovascular traslacional, en las que ha dejado una huella indeleble. Con las herramientas iniciales más modestas y los recursos más avanzados que luego supo obtener, realizó contribuciones fundamentales que transcurrieron entre la molécula y el ejercicio clínico, involucrando con el máximo rigor células y componentes celulares, experimentos exquisitos en diversos modelos animales y estudios en humanos. Ha sido especialmente reconocido y valorado su cuerpo de doctrina en la investigación de los mecanismos del infarto reperfundido del miocardio, por haber dilucidado aspectos tan relevantes como el ritmo y la topografía del daño isquémico y por reperfusión, el papel de la contractura de los cardiomiocitos y de la función mitocondrial, o el efecto experimental y clínico del precondicionamiento y otras estrategias terapéuticas.
Sus cualidades científicas estuvieron supeditadas a su obsesión por sanar, y los enfermos fueron siempre el eje de su vida. Dominó la medicina y la cardiología en su conjunto y especialmente las técnicas de imagen cardiaca, que nunca se atrevió a interpretar sin conocer previamente el problema y la semiología del paciente. Fue particularmente certero en el arte de decidir lo mejor para cada paciente en cada momento y lugar, sin divagar; y nos enseñó que es esa, y no otra, la verdadera esencia del ejercicio clínico.
Siempre enseñó y compartió generosamente. Sin reservas. Brillantemente. Sin adornos. Dulcemente. No es de extrañar, por tanto, que haya consolidado una de las escuelas más reconocidas de su área de experiencia; ni que la estela que ha dejado en las instituciones en la que trabajó sea imborrable. De verbo claro y escueto, y prodigiosa pluma, llenó de contenido valioso las revistas más importantes del área cardiovascular, y dejó una impronta y un estilo que perdurarán siempre en Cardiovascular Research y en Revista Española de Cardiología, de las que fue editor asociado. Fruto de esta generosidad, su papel en la investigación cardiovascular cooperativa, internacional y en España, ha sido también decisivo. Jefe de grupo del Vall d’Hebron, cofundador de las redes temáticas del Instituto de Salud Carlos III RECAVA y RIC y responsable del plan de investigación del CIBERCV, ha sido el alma científica y humana de estas estructuras.
Su complicidad con el amor lo impregnó todo. Fue la clave de todo. David fue el mejor hijo, el mejor padre, el mejor esposo, el mejor hermano, el mejor compañero, el mejor médico. El amigo insustituible.
Desgarrados, miramos a tu sonrisa y nos sentimos aliviados, David; porque volvemos a verte y a escucharte. Estarás siempre aquí, enseñándonos a intentar ser mejores.