Hemos leído con gran interés el artículo de Bayes de Luna1 sobre la nueva nomenclatura electrocardiográfica de los infartos con onda Q. Es un artículo muy interesante por cuanto nos proporciona una correlación electrocardiográfica con la imagen registrada en resonancia magnética, verificada al usar contraste con gadolinio. El eterno dilema sobre la nomenclatura de los diferentes segmentos cardiológicos basado en el electrocardiograma de superficie no sólo abarca al ámbito de la cardiopatía isquémica. También en su momento, Cosío et al2 propusieron una nueva terminología para la designación de la localización de las vías accesorias en función de su ubicación espacial anatómica según las nuevas tecnologías, como la resonancia magnética.
Esto nos reintroduce en la complejidad del electro-cardiograma, elemento diagnóstico básico de incalculable valor, sencillo en su obtención, pero que presenta todavía numerosos enigmas en su interpretación. Como dice Bayés de Luna1, a la luz de la experiencia, «no creer que los dogmas son inamovibles y para toda la vida». Así, la interpretación del electrocardiograma está sujeto a innumerables factores de resolución espacial: oblicuidad cardiaca, verticalización u horizontalización del eje central, conformación del tórax, colocación precisa de los electrodos, etc. Incluso en un paciente con ECG compatible con la normalidad se puede desenmascarar en ocasiones un patrón de Brugada tipo I colocando los electrodos en el segundo espacio intercostal3.
Así, nuestro grupo presenta un ECG (fig. 1) que, analizado en detalle, es muy similar al que se presenta al final del artículo de Bayés de Luna: qR predominante en derivaciones de los miembros, y en V5, V6, junto con una marcada morfología RS en V1 (90 ms de anchura) con supradesnivelación del ST y T negativa en dicha derivación (al igual que en el ECG aportado por Bayés de Luna). Como diferencia destacable (aparte de que nuestro ECG presenta una arritmia sinusal), en el ECG aportado por Bayés de Luna se objetiva un patrón rSr’ y rectificación del ST en DIII, que en principio no se justificaría por isquemia ya que, como explica el autor, el IAM en dicho ECG estudiado es «lateral, sin compromiso de la pared inferior» (y así lo avala la imagen sagital de resonancia magnética). Pues bien, nuestro ECG corresponde a un paciente varón de 24 años, asintomático y sin factores de riesgo cardiovasculares, que únicamente fue remitido a nuestra consulta de cardiología desde atención primaria por arritmia sinusal respiratoria. A pesar de la curiosa morfología de V1, era un paciente de complexión anodina, 1,79 m de talla, 80 kg de peso, sin deformidades torácicas tipo pectus excavatum ni carinatum, con colocación correcta de los electrodos, radiografía de tórax sin desviación evidente del ápex cardiaco, y con ecocardiograma compatible con la normalidad (incluido el engrosamiento parietal y la contractilidad segmentaria). Lógicamente, nuestro paciente no era tampoco sospechoso de IAM transmural «posterior» (o lateral, según la nueva nomenclatura).
Fig. 1.
Si bien estamos de acuerdo con la nueva terminología propuesta para el IAM con onda Q4, ya que parece ajustarse más a la realidad, cabe señalar que, aunque el ECG de superficie sigue siendo un arma diagnóstica fundamental, guarda todavía secretos por descubrir.