Por primera vez en España, un estudio multicéntrico y de amplia base poblacional determina un incremento de la estancia hospitalaria y cuantifica el coste asociado a ella tras ingreso por infarto agudo de miocardio asociado al consumo de cocaína. Además, aporta datos complementarios sobre los ingresos hospitalarios anuales por cocaína (0,44%) y cuántos de los infartos agudos de miocardio se deben al consumo de cocaína (2,2%)1. Sin embargo, nos gustaría comentar algunos aspectos que creemos que pueden complementar la información epidemiológica proporcionada.
Tal y como los autores indican en su trabajo, en este puede haber un riesgo de infrarregistro y subestimación de prevalencia, pues no sabemos si el diagnóstico de consumo de cocaína se corroboró con un estudio analítico o solo se basó en la anamnesis realizada al paciente. En la serie de Rodríguez-Esteban et al2, sobre pacientes ingresados con síndrome coronario agudo, la prevalencia de consumo fue algo superior (3,7%), aunque presentaba el mismo sesgo metodológico. Aunque objetivaron la realización de un mayor número de coronariografías (el 94 frente al 82,4%; p<0,01), la mayoría de los pacientes no tenían lesiones coronarias significativas o eran de un solo vaso. Lamentablemente, no valoraron estancias ni costes del ingreso.
En el Informe sobre Urgencias Hospitalarias de consumidores de sustancias psicoactivas 1996-2009, del Plan Nacional sobre Drogas, realizado sobre datos de 2009, con diagnósticos de la clasificación internacional de enfermedades, décima versión (CIE-10) y con mención en la historia clínica de consumo de cocaína, esta fue la sustancia más frecuente (61,3%) y los porcentajes de ingreso variaron entre el 7,2 y el 9,8%, según la relación directa o secundaria de la cocaína con el episodio asistencial3. En una revisión realizada por nuestro grupo sobre datos de urgencias en consumidores de cocaína en España, los síntomas cardiovasculares estaban presentes en el 30%±22,7%4.
Como afirman los autores, además podría haber un consumo de cocaína oculto, que en los trabajos realizados en urgencias por nuestro grupo oscila entre el 6,4 y el 21%, según las poblaciones estudiadas y el diagnóstico o motivo de consulta incluido5–7. Del mismo modo, algún paciente puede haber consumido otra sustancia en lugar de cocaína8, aunque en este caso no tendría importancia para el fenómeno de riesgo cardiovascular asociado al consumo crónico ni para las estrategias preventivas. Todo ello, como indican los autores, puede hacer que el impacto del consumo de cocaína sea mayor, aunque quizá los costes económicos pudieran ir en sentido contrario.
También en el análisis de costes hay que tener en cuenta de estos pacientes las anteriores asistencias a urgencias, con el consiguiente gasto o coste sanitario asociado a este consumo. También los casos de muerte súbita en el ámbito extrahospitalario9 y las reincidencias a consultas a urgencias10. Por último, es probable que en la serie presentada, al abarcar 3 años, un mismo paciente haya tenido más de un evento isquémico coronario que ocasionase un nuevo ingreso11.
Coincidimos finalmente con Gili et al en que las intervenciones destinadas a conocer los riesgos asociados al consumo de estas sustancias y a la deshabituación son fundamentales para prevenir recurrencias de eventos cardiovasculares en este grupo de pacientes, y se debe destinar a ellas una parte no menos importante de la estancia hospitalaria, aunque quizá pueda incrementarla10.