Existen esos momentos en la vida en que las cosas no van demasiado bien y, de repente, aparece en tu camino una persona que te sonríe, te hace ver las cosas de otro color y te ayuda a seguir adelante.
Así recuerdo a Isabel la primera vez que la conocí… con su sonrisa, esa sonrisa serena y confiada de la que no dudabas y te convencía de que todo iba a mejorar.
Me han pedido que escriba unas palabras sobre Isabel Díaz Buschmann; creo que es el encargo más triste que me han hecho nunca, pero ella se merece este pequeño recuerdo y mucho más.
Estoy segura de que no hay nadie que la haya conocido, muchos probablemente estáis leyendo estas palabras, que no piense que ella fue una persona 10 en todas y cada una de las facetas de su vida: compañera, amiga, profesional, mujer, hija, hermana y madre.
Pero así pasa, esas personas extraordinarias están poco tiempo entre nosotros y, cuando se van, nos dejan llenos de su recuerdo, de su ejemplo y de su amor hacia la vida. Esa vida que ella tanto amó y por la que tanto luchó, sin una queja ni un reproche, solo con mucho coraje, tanto que casi puede con la muerte que al final le ganó la batalla.
Mientras luchaba, le dio tiempo a continuar con su vida personal y profesional. Su vida profesional empezó en el Instituto de Cardiología de Madrid, donde hizo la residencia a principios de los años noventa. Allí se perfiló como una cardióloga de armas tomar. Tras terminar sus años como médico interno residente, continuó su trabajo en la Clínica La Milagrosa de Madrid y aceptó, después de unos años, el reto de crear y dirigir el Servicio de Cardiología del Hospital Sur de Alcorcón. No tardaron mucho en darse cuenta de su capacidad de trabajo y su excelente formación, y le encomendaron la difícil tarea de dirigir otros dos servicios de cardiología: el del Hospital Infanta Elena de Valdemoro y el del Hospital Rey Juan Carlos de Móstoles. Por supuesto, ella no puso reparo ante esta tarea casi imposible. Se echó la mochila a la espalda y se puso a trabajar en silencio, sin hacer ruido, como acostumbraba hacerlo todo. Trabajó como la que más y construyó, de la nada, tres grandes servicios de cardiología, en los cuales ella quiso ser una más, pero eso era imposible para Isa. Nunca pudo ser una más.
En estos momentos de tristeza para los que estuvimos cerca de ella, solo nos queda el consuelo de que al final la recordaremos con alegría y disfrutaremos de su recuerdo y del legado que nos dejó.
Me gustaría aprovechar estas líneas para decirles a sus hijos lo maravillosa que fue su madre y lo mucho que los quiso y todo lo que luchó por quedarse el mayor tiempo posible con ellos. Afortunadamente, le dio tiempo de marcar su impronta en ellos, esa huella que quedará grabada para siempre en sus corazones.
Para los que, como yo, tuvimos la suerte de ser sus amigos, nos queda la tarea inmensa de mantenerla viva en nuestro recuerdo, seguir su ejemplo y, si podemos alguna vez, acercarnos a alguien que lo esté pasando mal y sonreírle como ella me sonrió a mí un día y ofrecerle nuestra ayuda.
Isabel: luchadora, generosa, valiente, independiente, lista y buena… te echaré de menos.
Gracias por todo, amiga.